Soy la luna. No soy una roca, estoy viva. A veces hago un milagro.
Mi soberano veda con sus ígneos besos mi mirada, y yo me entrego humillada como diáfana esposa. Pero en su respeto se retira, con noble pausa, y permite que me entregue a la observancia de mis vástagos en la Tierra. Así, con algo de mi rostro de deleite encandilado, la otra parte sacude lágrimas de plata.
Pese a ser tan vetusta no consigo acostumbrarme a los modos humanos. Su presencia, ya en los días remotos, desfloró la mía. “Mi lady, ¿por qué nos privas de tus palabras?”, cuestionaron las voces de la alcurnia celeste. Y es que mis labios silencian la triste inocencia que en mis ojos ven.
En ocasiones me desmayo moribunda bajo la sombra de un perro maltratado, y un sortilegio de repentinos nubarrones encubre mi secreto hasta que vuelvo a despertar. Nadie sabe sobre el orbe, nadie sabe mi sangrante herida.
Por no ser grande, ni encendida, ni poderosa como mi amado, solicité en íntimo resguardo su sapiente consejo. Me invitó él a no destacar lo lóbrego sin más, a que mirara lo bueno. Y ¡válgame!, que por momentos olvido que existe tal cosa. Pero lo he conseguido por su amor.
He visto una mujer con nueva vida en su vientre, debatiendo con una anciana cuál de sus dos problemas era más importante, siempre la una inclinándose a favor de la otra. Ambas se prestaban deseosas de compartir la carga, aunque un par de bolsas fuera.
He descubierto a dos varones dulcemente abrazados. No vi entre ellos el vacío de sus amigos. Llenaban esas trincheras irracionales de la adolescencia con afecto.
He aminorado mi incredulidad. Ayer, un músico ambulante impartió alivio a un corazón desahuciado, todo sin saber. «La música tiene la facultad de ahuyentar la muerte», dijo, y me honré de él y de la esperanza que en una joven hubo suscitado. Negro destino veo en ella si con la música no se encontraba.
Y he descifrado el pensamiento de un joven huraño, que buscándome con la mirada para refugiarse en mi faz, me encontró pequeña y se lamentó de haberme perdido cuando estuve llena de fulgor. No puedo forzar mis faces; cedí entonces a reflejarme en un ventanal que por ahí había, y aumenté mi reflejo de modo que no quedara sin consuelo. ¡Ay, su expresión al descubrirme! Gentil muchacho, ¡qué feliz fui!
Soy la luna. Siempre estoy viva. A veces hago un milagro.
#7
Dijo Tennyson que si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el mundo.
Jorge Luis Borges
